AMORes Política: algunas REVOLUCIONARIAS ideas para OKUPAR los afectos
Extracto del libro Anarquía Relacional: La Revolución desde los vínculos de Juan Carlos Pérez Cortés
Andie Nordgren que se presenta como <<a genderqueer relationship hacker>>, es considerada la persona de referencia en el origen de la anarquía relacional debido a su actividad de divulgación en las redes y en varias páginas web. Andie reconoce que en la gestación del término y la idea participaron también Jon Jordás y Leo Nordwall.
El documento más citado y que más repercusión posterior ha tenido es <<El manifiesto de la anarquía relacional>>. Este texto se llamó inicialmente <<La anarquía relacional en 8 puntos>>:
- El amor es abundante y cada relación es única. No evaluemos ni comparemos a las personas y a las relaciones.
- Amor y respeto en vez de derechos. Tus sentimientos hacia una persona no te dan derecho a controlarla para que cumpla lo que se considera “normal” en una relación.
- Encuentra tu conjunto básico de valores relacionales y úsalo para todos tus vínculos. No establezcas excepciones y reglas especiales para demostrar que amas “realmente”.
- El heterosexismo está por todas partes. Recuerda que existe un sistema normativo muy poderoso que dicta qué es el amor real y cómo las personas deberían vivir.
- Construye desde la incertidumbre amorosa. Organízate de acuerdo con el deseo de conocer a otrxs y no de acuerdo con obligaciones.
- Finge hasta conseguir este tipo de relaciones cuando te sientes fuerte e inspiradx, piensa cómo te gustaría verte actuando.
- Confiar es mejor. Asumir que tu compañerx no desea dañarte te lleva a un camino mucho más positivo que un enfoque basado en la desconfianza.
- Cambia a través de la comunicación. Las relaciones radicales deben de tener a la conversación y la comunicación en el corazón – no como un estado de emergencia que sólo usamos para resolver problemas-.
- Personaliza tus compromisos con la gente a tu alrededor, liberándoles de las normas que dictan que cierto tipo de compromisos son requeridos para que el amor sea real.
La anarquía relacional propone sustituir la normatividad por la autogestión de las relaciones. Se trata de expresar mis deseos, escuchar los tuyos y buscar un camino por el que podamos transitar con comodidad, ilusión y pasión.
En muchas prácticas relacionales se hereda del pensamiento hegemónico la idea de autoridad y no resulta extraño que alguien pretenda negociar y acordar qué puede o no puede hacer otra persona en su intimidad personal. Me han enseñado a considerarme con derecho a dar permiso a las personas con las que tengo relaciones con cierto grado de intensidad, a indicar si algo de lo que hacen me molesta (incluso cuando no estoy), a responsabilizarlas de mi felicidad, a conocer los detalles de su intimidad, a culpabilizarlas de mis inseguridades, celos, carencias, a tolerar sus emociones y acciones (siempre y cuando no me afecten demasiado), a exigir que entiendan mis necesidades sin que haga falta expresarlas (porque estas son las que determina la norma: que sepa cuidar a un hombre/ que sepa tratar a una mujer), a enfadarme cuando algo no se ajusta a mis expectativas.
La anarquía relacional rechaza el esquema de valores hegemónico focalizado en la pareja reproductiva para establecer una estructura de valores alternativa centrada en la comunidad, desmontando un sistema que mantiene una jerarquía en la que la relación de pareja se encuentra por encima del resto de las relaciones. Por ello, el resultado es una estructura social atomizada y más fácil de condicionar de forma preceptiva y centralizada. Más sensible a los señuelos publicitarios, a las comparaciones, a los incentivos y más proclive a la competencia, al consumo y a satisfacer altos niveles de exigencia de rendimiento productivo. Así pues, la propuesta es una organización relacional que dirija su mirada hacia lo colectivo, que dibuje una red en lugar de erigir un pedestal con una persona de referencia sobre él (o varias, el resultado es el mismo).
Es a las personas más vulnerables, con menos poder y privilegios a las que más podría beneficiar el paso de una sociedad de vínculos atomizados, nucleares, individualistas, a un esquema basado en redes amplías donde las relaciones no están sometidas a mandatos culturales que las etiquetan y delimitan sino a las necesidades, deseos y capacidades de sus miembros y en las que la reciprocidad no es uno a uno sino entre cada persona y el colectivo.
Y, como consecuencia de esa nueva mirada, que la herramienta fundamental para garantizar el sostenimiento del modelo deje de ser la coerción (y auto coerción) aprendida y pase a ser la comunicación. La exclusividad sexual y afectiva forzada es un vector de coerción. Si no lo fuera, si constituyera un rasgo natural de la especie, no requeriría de castigos, vigilancia y amenazas de purgatorios e infiernos, del mismo modo que no lo requieren <<potenciales costumbres>> como no comer piedras o no dormir colgado de los pies, porque simplemente no se dan.
La anarquía relacional puede tener como efecto asociado a sus planteamientos antiautoritarios y autogestionarios el rechazo a las etiquetas prescriptivas y, sobre todo, a las normativas. Hemos de prestar atención a la posibilidad de que las etiquetas nos condicionen. Porque llevan mochila. Porque, si no estamos muy alerta, les vamos a incorporar conductas autoritarias, derechos automáticos sobre otras personas, la expectativa de que se comporten conmigo <<como debe de ser>>, < <como todo el mundo sabe>> que asume esa receta de un plato precocinado de derechos y obligaciones. No hay nada malo en usar una palabra con conocimiento y responsabilidad. El problema puede darse cuando dejamos que esa palabra defina nuestro comportamiento por defecto, cuando ya no hace falta reflexionar, compartir y deliberar sobre cómo queremos vivir, porque la palabra, la etiqueta, el sello que nos marca y nos define, lo dice todo.
Amy Gahran, con el pseudónimo de Aggie Sex, en un artículo del blog solopoly.net en noviembre de 2012 bajo el título: Riding the Relationship Escalator, or Not? (¿Subir por escalera mecánica de las relaciones o no?) Propone la metáfora de la “escalera mecánica de las relaciones” que se plantea en nuestra cultura para exactamente dos personas, nunca más de dos, que seguirán estos pasos:
- Primeros contactos: Se coincide en un espacio social común o en una cita de cualquier tipo. A partir de ahí, se empieza a salir para conocerse y en algún momento se pueden dar encuentros sexuales.
- Iniciación: Se instaura un lenguaje y unos rituales románticos bajo el relato del enamoramiento y la implicación emocional. En este punto, que se den encuentros sexuales es ya la norma general, con excepción de los sectores muy tradicionales y religiosos.
- Declaración: Se reconoce en público que existe una relación romántica, se decide la presentación como pareja y la adopción de etiquetas correspondientes de <<mi novio o mi novia>>, <<mi compañero o mi compañera>>, etc.
- Establecimiento: Se ajustan los estilos de vida para adecuarse a la otra persona en régimen permanente. Se hace y se exige un esfuerzo por pasar tiempo en común, tener conductas estereotipadas que refuerzan el vínculo de acuerdo con la norma, como cenar en casa de la otra persona, practicar sexo, dormir en la misma cama, hablar o escribirse mensajes todos los días.
- Compromiso: Se conoce a la familia de la otra persona y se hacen planes para un futuro en común. Aparece el derecho de saber todo sobre la otra persona, la obligación implícita de contar dónde se va y qué se hace en cada momento.
- Unión: Se decide compartir vivienda, mediante un alquiler o una compra, una hipoteca, los bienes básicos como muebles, vehículos, etc. Y en algunos casos prepararse para una unión civil o religiosa.
- Conclusión: Se lleva a cabo un ritual de unión, del tipo que sea, o bien los trámites básicos para dar valor legal y social al vínculo. Ahora la relación ha alcanzado la culminación y el objetivo pasa a ser que se mantenga así hasta la muerte de una de las personas (o de ambas, si se diera la circunstancia de que fallecen a la vez).
Y esto es lo que se espera que ocurra, lo que guía los actos y define los derechos y obligaciones en cada momento de quien ha subido en la escalera mecánica. Y la adhesión escrupulosa a esa secuencia es la medida del éxito de todo el proceso.
Hay algunos elementos adicionales que pueden sumar calidad y validez al conjunto, como responder al estándar heteronormativo, tener descendencia, prosperar económicamente y ofrecer una imagen de felicidad durante toda la vida. La ausencia de cualquiera de esos complementos no invalida el resultado, pero lo convierte en menos completo y rotundo.
Por otra parte, se da una aceptación social explícita de que algo en este itinerario puede fallar y el viaje puede interrumpirse en cualquier momento. En este caso hay un proceso de duelo que puede ser más o menos largo y una posible etapa expansiva y de exploración donde a veces los contactos con otras personas se inscriben en una dinámica diferente, de menor alcance, limitándose a los primeros escalones. Pero esta etapa es <<pasajera>>. La escalera mecánica es lo que he interiorizado a lo largo de la vida como modelo de éxito. Por ello, si me planteo una forma diferente de acercarme a las demás personas, la primera dificultad a la que me tengo que enfrentar es a la continua sensación de que no lo estoy haciendo bien.
La anarquía relacional confronta íntegramente el esquema normativo simbolizado mediante la escalera mecánica porque esta representa una estructura impuesta y naturalizada… Por tanto, la mirada de la anarquía relacional plantearía revisar todos y cada uno de los elementos que describen ese modelo y valorarlos críticamente, evitando que se asuman como la forma natural de evolucionar y que se configuren como expectativas, derechos y obligaciones automáticas.
La mayoría de los modelos relacionales se apoyan en una noción binaria de <<tenemos un vínculo x o no lo tenemos>>. Si lo tenemos, actuamos de una manera y, si no, de otra. La existencia de demarcaciones y fronteras… genera una serie de consecuencias. Proporciona una sensación de seguridad y control… Se asocia con comprometerse. Del mismo modo que exhibir un título de propiedad nos otorga unos derechos, el enunciar qué somos nos evoca la misma sensación. No es, desde luego, una seguridad real… pero así lo percibimos, como un refugio.
Algunas propuestas que buscan ofrecer una alternativa al sistema de relaciones desmontan los mitos del amor romántico. Pero en ocasiones se presenta el propio concepto de afectividad como chivo expiatorio… como si no hubiera una serie de ejes de poder y privilegio, de intereses de perpetuación de un statu quo injusto y de convenientes estructuras de organización social. La culpa la va a tener el amor, que es lo que tengo más a mano, pues, como siempre, el poder queda más lejos y da más miedo cuestionarlo.
Según las investigadoras Tomasa Luengo y Carmen Rodríguez las creencias del amor romántico de acuerdo con la definición de mito, representan asunciones imaginarias que alteran las verdaderas cualidades de algo dándole más valor del que tiene en realidad y estas creencias son:
- La persona amada era la única elección posible, la que teníamos predestinada (mito de la media naranja).
- La pareja heterosexual es natural y universal, y desviarse de esa norma será necesariamente problemático (mito del emparejamiento).
- Es imposible amar de verdad a dos personas a la vez (mito de la exclusividad).
- Los deseos deben satisfacerse exclusivamente con la propia pareja (mito de la fidelidad).
- Los celos son un signo de amor, e incluso el requisito indispensable de un verdadero amor (mito de los celos).
- Si una persona deja de estar apasionadamente enamorada es que ya no ama a su pareja (mito de la equivalencia entre enamoramiento, pasión y amor).
- Si hay verdadero amor, este es suficiente para solucionar cualquier problema <<el amor todo lo puede>> (mito de la omnipotencia).
- Los sentimientos amorosos son íntimos y no están influidos por factores sociales, biológicos y culturales (mito del libre albedrío).
- El amor romántico-pasional debe conducir a la unión estable de la pareja y constituirse en la única base de la convivencia (mito del matrimonio).
- El amor romántico-pasional puede y debe perdurar tras años de convivencia (mito de la pasión eterna).
Otras ideas que se citan en el mismo sentido son que el auténtico amor es irracional y con sentimientos desbocados; que, si nos queremos, debemos pasar todo el tiempo juntos, que, si se ama, ha de renunciarse a la intimidad y no puede haber secretos, que el amor lo perdona todo y si no hay perdón es que no había amor, que el sufrimiento siempre forma parte de las relaciones amorosas porque hay pasión; que la otra persona cambiará; que las dos personas han de pasar a ser una sola, en un proceso de despersonalización y fusión; que las parejas discuten y eso es normal y sano; que los polos opuestos se atraen; que la felicidad me la da la otra persona, o que ha de haber una entrega total sin esperar reciprocidad porque el amor es incondicional.
Esto se plasma, en términos estereotipados, en una relación de pareja heterosexual con fines reproductivos, una construcción que soporta una estructura de vectores de dominación y de espacios de privilegio que buscan perpetuarse manteniendo un orden social regulado y fácilmente gobernable… no es el amor, la afectividad o el apego lo que tiene sentido cuestionar, sino el dispositivo de mitificación que los idealiza y los convierte en mecanismos lacerantes y obsecuentes.
Mari Luz Esteban, haciendo referencia a Kate Millet y Shulamit Firestone refiere: <<El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban. Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente, en todos los sentidos… Un libro sobre el feminismo radical que no tratara del amor sería un fracaso político, porque el amor, más quizás que la gestación de los hijos, es el baluarte de la opresión de las mujeres… El romanticismo no es más que un instrumento cultural del poder masculino, cuya finalidad es mantener a las mujeres en la ignorancia de su condición>>.
Socialmente, los vínculos se consideran de más valor (más profundos, más serios o sagrados, según la perspectiva) cuando incluyen intimidad sexual además de conexión afectiva. Es lo que se ha denominado alosexismo. En este sentido, para la anarquía relacional tan valiosa sería una relación que incluyera cercanía física de cualquier tipo como una en la que no se desarrollara esta proximidad. Desprenderse del alosexismo dominante supondría liberar nuestro esquema relacional de la violencia que representan estas limitaciones propias y de la que conlleva el devaluado reconocimiento social de las conexiones que no cumplen los requisitos de unión reproductiva. Una unión homosexual tiene ya cierto grado de aceptación social, pero menos valor que una relación heterosexual, y una unión abiertamente asexual todavía menos: socialmente es una “simple” amistad.
Para la mayoría de las construcciones morales admisibles desde nuestra perspectiva cultural, la honestidad y la verdad son preferibles al engaño y la mentira, al menos desde un análisis de la ética de la virtud. Pero el ejercicio de la sinceridad, como el de la libertad, puede no tener siempre consecuencias justas cuando se juega en un campo con fuertes gradientes de privilegios, poder, capacidades y control. Dice el aforismo que <<el que avisa no es traidor>>, pero el que avisa puede ser egoísta, irresponsable, autoritario, irrespetuoso e incluso maltratador y cruel… una relación donde reine la sinceridad y el consenso (con sello de calidad y denominación de origen) no siempre será positiva para todas las personas involucradas.
Habría que tener un espacio para compartir y cuidarnos sin renunciar a nuestra autonomía y sin anularnos a través de la dilución en un vínculo mitificado. Sin embargo, seguramente cayendo en la trampa de los mitos del amor romántico, asumimos que la transparencia en el ámbito relacional nunca va a suponer un peligro. Seguramente, unas prácticas equilibradas podrían basarse en la confianza en que las demás personas me contarán lo importante, lo que realmente nos afecta profundamente, y por consiguiente no tengo necesidad de conocer cualquier otra cosa. Los deseos de compartir se desarrollan de una manera orgánica cuando no hay una obligación explícita. Cuando contar se convierte paulatinamente, en una experiencia que no es recibida, con juicios, reproches y enfados sino con apoyo, alegría y complicidad.
Es recomendable distinguir claramente entre sinceridad y transparencia. Porque ocultar aspectos importantes de mis planteamientos éticos, políticos o relacionales no es aceptable, pero eso no significa asumir la idea convencional de que cuando un vínculo es relevante y valioso se ha de vivir en una casa sin puertas, se ha de pensar en común todo lo que se hace, hasta los deseos, cada detalle y cada pensamiento. La sinceridad, entendida como la necesidad de compartir lo importante es un valor. Pero la imposición coercitiva de un régimen de transparencia en el ámbito relacional supone la obligación de renunciar a la soberanía y a la privacidad personal. Se puede desarrollar un elevado nivel de confianza a través de la dinámica de la relación. Una confianza que se gana cuando la interacción es gratificante, refleja y genera bienestar. Cuando comunicar deseos y satisfacciones provoca sonrisas y complicidades, y cuando contar preocupaciones o adversidades suscita solidaridad y atención.
La hipótesis de la anarquía relacional es que no es necesaria (ni conveniente) la coerción ni la coacción para respaldar los compromisos más importantes que aparecen en el desarrollo de las relaciones cuando estas se rigen por principios de autogestión, solidaridad y horizontalidad. Sí se pueden concebir compromisos de vida en común, crianza, cuidado, afecto y responsabilidad entre personas que identifican su relación como de amistad. Según Andie Nordgren, la anarquía relacional no propone en ningún caso rehuir al compromiso, sino que plantea que puedes diseñar tus propios compromisos con la gente que te rodea, de acuerdo con las circunstancias, las afinidades y el propio devenir de los acontecimientos.
La motivación se orienta a cambiar cómo me relaciono para hacerlo sin coacción, cosificación, posesión y jerarquías, las dificultades son más bien la necesidad de una alerta permanente ante actitudes de control que aparecen sin darme cuenta, la tentación de establecer límites a la agencia de las otras personas (cuando no afectan directamente a la mía) y de intercambiar estos vetos por concesiones.
Se trata de sustituir los principios normativos centrados en la configuración de pareja (una o varias) por redes afectivas que funcionan sobre los fundamentos organizativos de la autogestión. En su artículo, concluye Maialen Lizarralde: <<Todo lo que aporta la pareja se puede conseguir a través de muchos tipos de vínculos. Así es, no necesitamos pareja. Lo que necesitamos son vínculos valiosos, seguros, recíprocos, relaciones de cuidado, empatía, reciprocidad. Personas especiales, si queréis. Y estas pueden ser amistades, amantes, familiares, vecinas, compis de curro, de aventuras… La fetichización de “ese algo” que atribuimos a la pareja no es ni universal, ni innata, es una ficción cultural… A nivel social, es paradójico el aislamiento que genera algo que está pensado para unir. La sociedad es una especie de archipiélago de parejas. Estas tienden a aislarse en su república íntima y sus vínculos sociales se reducen>>. La anarquía relacional… Ha de ser una fuerza activa de disputa y crítica profunda… amenaza para el sistema.
Giazú Enciso ha estudiado las dificultades teóricas que conlleva el proceso de adaptación del esquema culturalmente dominante al de transición y adaptación enmarcándolo en el concepto de liminalidad. La liminalidad es un escenario que se experimenta muchas veces como un ritual de crisis vital con episodios de crítica feroz por parte del entorno, donde se habla de traiciones y engaños a las relaciones <<oficiales>> (conyugales, familiares, etc.) … de desestabilización emocional, de culpas y de luchas muy complicadas hacia dentro y hacia fuera. Esta situación de estadio liminal, además, no tiene una resolución fácil, porque el punto de destino no está bien definido mediante normas y convenciones culturales, y puede generar una sensación enquistada de indefinición. A veces se produce un fenómeno de oscilación en el que la identificación báscula se acerca alternativamente más al origen o al destino, o incluso se expresa la sensación de estar en ambas identidades o modelos a la vez.
Se da la inquietante paradoja de que quienes se oponen activa y organizadamente al statu quo, en una amplia gama de frentes distintos, son muchas veces precisamente personas que están, o podrían estar, en el lado privilegiado: las que han tenido acceso a educación de manera formal o autodidacta, las que tienen recursos en forma de capital social, relacional, cultural o (a veces) económico y las que tienen la opción de decidir rebelarse contra lo establecido porque han crecido en un contexto que facilitó el desarrollo de agencia propia y de una conciencia social y ética.
En nuestras sociedades no todo el mundo puede plantearse vivir las relaciones de forma no normativa… Fuera de un ambiente progresista, urbano, del primer mundo fuera de subculturas que practiquen el cuidado y el apoyo colectivo, o sin unas mínimas necesidades vitales aseguradas, o sin acceso a la comunicación, a la movilidad y a la socialización, etc., es difícil desafiar el modelo estándar de relaciones (o desafiar cualquier otra cosa que no sean las amenazas constantes contra la propia supervivencia).
Nociones como compromiso, responsabilidad, expectativas, acuerdos, deseos, cuidados, consideración, esperanza, sinceridad y consentimiento. Son conceptos que no significan lo mismo ni tienen la misma proyección ni alcance cuando los experimenta y enuncia una persona con amplia capacidad de elección, decisión y agencia… es imprescindible incluir en el análisis los ejes de desigualdad que están funcionando. Solo rompiendo con la comodidad de lo convencional, a través del conocimiento, la deconstrucción, el desaprendizaje y, en definitiva, el esfuerzo, es posible relacionarse de otra manera… Forzar a que todo el mundo haga ese trabajo al ritmo que a mí me gustaría es otra forma de violencia.
Por tanto, si voy a desarrollar una relación con alguien con menor poder que yo en algún eje como el económico, el reconocimiento social, el profesional, la edad, la nacionalidad o la racialización, el género, la historia personal, la madurez, la necesidad de afecto o cualquier otro, actúa con una enorme sensibilidad y consideración… ten en cuenta y valora cuál es el nivel de desequilibrio. Si es muy grande, he de plantearme hasta qué punto es posible gestionarlo, o quizás debo limitar la profundidad o intimidad de la relación. El coste de construir una relación completamente personalizada puede ser muy diferente para cada persona.
¡Para el neoliberalismo el amor es ciego: ciego a la posición, origen e identidad, ciego e indiferente a las opresiones!
Se trata de hacer una cultura sostenible de resistencia, un florecimiento de lo que yo llamo: “resistencia afectiva” … una meseta de intensidades vibrantes, basada en la premisa de negarse a separar las cuestiones de la eficacia de cualquier táctica, idea o campaña, de la afectividad.
¡Y por supuesto que en el anarquismo existen COMPROMISOS!
Compromiso es un concepto que sólo cabe en el pensamiento anarquista si es estrictamente voluntario y no coercitivo. El compromiso responsable que tiene sentido plantear en el marco de la anarquía relacional presenta una serie de importantes diferencias respecto a un acuerdo, pacto, consenso o contrato, como queramos llamarlo.
La primera diferencia es que, en un acuerdo contractual, cada parte aporta o cede algo sobre lo que tiene propiedad o potestad… Un compromiso responsable, sin embargo, no es un intercambio sino el reconocimiento, expresión y celebración (porque creo que debería de vivirse con un mínimo de entusiasmo) de un propósito voluntario y adaptable pero fiable y firme. Sería, ingenuo decir que no se nos desea nada a cambio. Siempre hay expectativas de reciprocidad y seguramente es comprensible que las haya, pero no exigencias. Y, sobre todo, no se cede soberanía personal propia a cambio de soberanía personal de otras personas.
Una segunda diferencia importante es que, los contratos implican sanciones en caso de incumplimiento. Sanciones que están escritas en el mismo documento o que provienen de la legislación aplicable. En el ámbito relacional, los malentendidos, la ruptura de compromisos o expectativas, las sensaciones de injusticia o abuso, o la desconfianza, no tiene sentido abordarlas desde la sanción o el castigo (aunque estas son prácticas frecuentes en las relaciones normativas). Es, de nuevo, la comunicación y la búsqueda de un consenso interactivo, que evolucione de acuerdo con los deseos y los límites de todas las personas implicadas, el único camino razonable.
El modelo basado en el acuerdo, el intercambio y la transacción, a menudo desemboca en sensaciones de culpa y en demostraciones de victimismo. La culpabilización y la represalia solo afirman las posiciones de insolidaridad, defensa de lo que considera propio, chantaje y confrontación. A veces estas posiciones de autoridad se intentan disfrazar de tolerancia condicionada en un estilo pasivo-agresivo: <<puedes hacer lo que quieras, pero entonces no volverás a verme>> (es decir, si lo haces recibirás el mayor castigo); o se revisten de dignidad: <<si lo haces, es porque no me valoras>> (porque estamos intercambiando sometimiento por algo que tiene un valor); o directamente de amenaza: <<tú verás lo que haces>> (no te digo qué castigo será, pero ten por seguro que lo habrá).
Los compromisos en el ámbito de la anarquía relacional, sin embargo, han de tener como base la voluntariedad y la comunicación. La comunicación de deseos, necesidades y, sobre todo, de límites personales. Los límites que planteo se diferencian de las estipulaciones o de las cláusulas de un contrato en que se refieren a la propia persona. Yo puedo poner límites a lo que puede afectar mi cuerpo o a aquello que yo considero mi espacio, mi intimidad, mis pertenencias, o los derechos que me corresponden como ser humano.
No hay reglas prefijadas sino unos compromisos responsables… Una característica importante del compromiso responsable en el contexto de la anarquía relacional es que este se establece con una persona, como tal, como persona, y no con su identidad, su etiqueta o su rol como <<pareja>>, <<amigo o amiga>>, <<amante>>, o <<esposo o esposa>>.
En la anarquía relacional los compromisos con la familia se basan en la responsabilidad libremente aceptada y no en que perduren elementos como la pasión romántica o la actividad sexual (la inestabilidad de estos factores en los padres, en el modelo normativo, conduce a menudo a rupturas de la convivencia que afectan la vida de las criaturas). Se trata de la predisposición, la vocación de cuidar y educar o acompañar, enfocada precisamente en eso y no como efecto secundario del vínculo con la madre u otra persona que está ejerciendo la crianza. En la red afectiva puede haber quien tenga interés en criar y quien no tenga hacia esa tarea la más mínima inclinación, quien apoye en ese ámbito y quien aporte en otras cuestiones. La labor de la madre o padre (o persona criadora, en sentido amplío) es una opción de vida y merece su propio espacio de decisión y desarrollo, y no una realidad que se deba experimentar como resultado de otras opciones.
Hoy en día bajo la influencia de las redes está creciendo el movimiento de las llamadas comunidades intencionales… Una comunidad intencional se distingue de una unidad circunstancial (un edificio cualquiera, un pueblo, una ciudad, una nación) porque en el primer caso sus miembros han elegido vivir en ella a causa de sus objetivos y características de funcionamiento y en el segundo lo que lleva a una persona a hacerlo es el azar. Para considerar que este atributo es aplicable a una comunidad, esta ha de presentar al menos dos rasgos: el intencional y el comunitario, es decir que se planteen unos principios, valores y objetivos en común que tengan que ver con el modo de vida, por una parte, y, por otra, que existe un mínimo de solidaridad, acuerdos funcionales y procesos de toma de decisión colectivos para que la comunidad opere armónicamente.
En la página web de la Fellowship for Intentional Communities, www.ic.org aparece un listado de más de mil comunidades en todo el mundo. Los tipos de proyecto que se distinguen son: comunas (en las que se comparte prácticamente todo), ecoaldeas (organizadas alrededor de la ecología y la sostenibilidad), cohausing (viviendas individuales en una propiedad comunitaria), viviendas compartidas, viviendas de estudiantes, comunidades espirituales o religiosas, ecovecindarios o comunidades de transición (a favor de la agroecología, la permacultura y el decrecimiento), o, finalmente, comunidades tradicionales o indígenas.
¡El privilegio de pareja a veces destruye la comunidad hasta en la propia pareja! La demanda es un importante factor de erosión de los apetitos y las pasiones, una fuente continua de demanda es potencialmente un mecanismo persistente de destrucción del deseo (en su sentido más amplio, no sólo erótico).
Desde el punto de vista de la anarquía relacional, vincularse es importante, valioso, quizá vital, pero cuentan todos los vínculos. No existe el mandato de concentrar en una sola persona el conjunto completo de valores, deberes y atribuciones que imponen los mitos del amor romántico. Parto de la riqueza de una red que me apoya, me cuida y espera. Tengo espacio para más estímulos, para más magnetismo, para más pasión, para más complicidad. Para todo eso o para solo una parte de eso. Puedo cuidar más y me pueden cuidar más, aprender más y disfrutar más, pero si no es así, no será un drama ni un terrible fracaso.
La investigadora Elizabeth Brake introdujo el término amatonormatividad para referirse al axioma colectivamente aceptado de que una relación ha de ser romántica, de pareja, exclusiva, sexualmente satisfactoria si es posible, socialmente reconocida y mejor heterosexual y reproductiva, para que, en ella, los compromisos más significativos culturalmente sean verosímiles y fiables… estos comportamientos -básicamente de permanencia, cuidados, comunidad de bienes y fidelidad- aparecen de forma automática, sin más trámites. La anarquía relacional propone una rebelión contra esta pauta amatonormativa, una insumisión activa en positivo que nos vincule, que nos comprometa, que nos permita tejer alianza de cuidados, de sentimientos, de complicidad, de cariño, de pasión.
En un esquema anarquista relacional, los compromisos se adquieren sin fijarse en <<formularios pre-impresos>> y se autogestionan sin necesidad ni obligación de cambiar títulos, categoría o etiquetas. Mari Luz Esteban en un trabajo reciente analiza los cuidados… propone incorporar las nociones de apoyo mutuo, auto-atención y reciprocidad. En sus propias palabras: <<En las comunidades de apoyo mutuo… se comparte, desde protección económica y apoyo moral e ideológico, hasta tiempo libre, actividad política, etc., incluidos los cuidados en momentos en que las participantes en la red no pueden valerse por sí mismas>>.
Es muy importante que los límites no afecten a las demás personas y los compromisos no se exijan a los demás. Los límites serían propios e individuales y los compromisos libres y voluntarios. La idea es evitar que sentimientos nobles como el amor y la ternura se conviertan en coartadas para poseer (y por tanto cosificar).
La anarquía relacional es un planteamiento radical que exige deconstruir muchas actitudes, ideas y comportamientos que están firmemente arraigados en nuestras vidas. No es un paseo tranquilo sino un viaje lleno de dificultades y que solo tiene sentido comprender a partir de una necesidad personal y una decisión meditada y valorada… un trabajo personal sobre el consentimiento, el género y la inclusividad. Desde luego, no es necesario ni quizás buena idea declararlo a los cuatro vientos. Al menos para empezar, conviene escoger personas de confianza, modular el tono y cuánto detalle aportemos, intentar percibir las impresiones que causa y analizar la retroalimentación que obtengo. Y decidir si el episodio comunicativo tiene consecuencias positivas o negativas, en términos de más complicidad o de rechazo. La propuesta es no invadir el espacio vital, de decisión, de intimidad, etc., de una persona con la que me relaciono más de lo que me atrevería a hacerlo con otra que no conozco.
Referencias:
Pérez, J. (2020). Anarquía Relacional: La revolución desde los vínculos. Madrid, España: Edición La Oveja Roja.